La Cláusula Escondida
2da Parte.
El inicio lo pueden leer AQUÍ.
La Torre y sus personajes © Zoar Huerta López. Prohibida su reproducción.
- ¿Boletos en línea? ¿Confirmación? ¿De qué estaba hablando? ¡Creo que Vlad se ha vuelto senil... dice que quiere que vayamos a Austria!
- ¡Pues vamos! Sería bueno cambiar de aires para variar. – Julia pasó de largo rumbo a su recámara y él la siguió, negando con la cabeza.
- ¡Si me ausento mucho tiempo podrían despedirme del trabajo!
- ¿Al Doctor Genio Elías Darvopulous? – rió la chica con un dejo de sarcasmo ante la incongruencia de su comentario, ya que él era el jefe de la expedición y quien financiaba el proyecto. - ¿Estás loco? Déjame adivinar, en el fondo temes que el viejo y bueno de John se lleve todo el crédito...
Antes de que pudiera decir alguna otra cosa, el timbre del teléfono sonó y cuando ambos voltearon en dirección al sonido se quedaron estupefactos, pues el aparato había cambiado de apariencia sin que ellos se hubieran dado cuenta.
- Sherezada... t-tu teléfono ha cambiado y es de color negro. – balbuceó Elías.
- ¿Ya ves? ¿No te lo dije acaso? – le contestó Julie, y al quinto ringazo levantó el extraño auricular. - ¿Diga?
- Muy buenos días, ¿es la señorita Julia Vazquez? – dijo una voz de mujer.
- Sí... – afirmó, dudosa y mirando a su amigo.
- El Señor Vladyslav Hoffer ha pagado dos boletos de vuelo sin escalas con destino a Viena para usted y un acompañante. Requerimos confirmación, ya que el vuelo sale en tres horas.
- ¡Tres horas! – exclamó Julie. - ¡Pero, pero, pero no puedo ir! ¡Mi pasaporte no tiene visa! – se hizo un largo silencio que sólo fue roto por una divertida carcajada de la mujer al otro lado de la línea.
- ¡Dios mío, qué grandioso chiste fue ese! Coloque su dedo pulgar derecho en la placa, por favor... – y Julie pensó “¿Placa, cuál placa?” entonces se dio cuenta que a un lado del teclado de ése extraño teléfono había una pequeña pantalla de cristal líquido que empezó a tintinear con una luz azul. Sólo se detuvo cuando Julie posó el dedo sobre la placa para escanear su huella digital. Elías contempló todo mientras se sobaba la frente con una mano. Luego de un momento la mujer del teléfono habló: - Muchas gracias, ahora su acompañante, por favor...
- Elías, tu dedo... ¡ése no, el otro! – y él hizo lo propio.
- Julie McMurphy Vazquez y ¿Elías Darvo... pulous? ¿Es correcto?
- Sí, sí... - asintió la chica.
- Está bien, su vuelo es el 375 de American Airlines, que tengan un buen viaje. – y colgó. Así que, lenta, muy lentamente Julie dejó el auricular en donde estaba.
- ¡Qué acabo de hacer! En tres horas sale el vuelo, pero supongo que de todas formas no podré ir... no tengo visa para salir del país.
- Espera un momento... ¿dónde está mi pasaporte? – exclamó espantado Elías al revisar todos los bolsillos de su abrigo. – Lo tenía aquí, ¿acaso desapareció?
Julie frunció el ceño y de inmediato se puso a buscar el suyo en todos los cajones de su tocador. No estaba, y eso que ella siempre dejaba su pasaporte en el mismo lugar.
- Creo que la realidad ha vuelto a ser cambiada, pero si lo de los pasaportes le resultó un chiste a la recepcionista, entonces es probable que sí podamos viajar después de todo. ¡Voy a arreglar mi maleta! – ella saltó y vació prácticamente todos los cajones sobre su cama. - ¿Cuánto tiempo crees que nos quedemos en Austria? ¿Hace frío allá? ¡Pero qué tonta soy, por supuesto que hace frío! Aún falta mucho para primavera... – Julie iba y venía, parloteando como una niña emocionada por unas repentinas vacaciones. Estaba por quitarse la playera que traía puesta, pero de pronto advirtió que su amigo la miraba, con el ceño fruncido. - ¿Qué haces en mi cuarto todavía? ¿No ves que tengo que darme un baño?
Elías puso los ojos en blanco y jaló la puerta detrás de él. Aún no parecía lidiar con todo éste asunto y se sentó derrotado en el sillón de la sala. “El Vampiro me va a oír si es que está provocando todo esto”
Rato después esperaban el anuncio de salida de su vuelo en una de las tantas salas de espera del Aeropuerto JFK, que por cierto no reconocían de lo cambiado que estaba. ¿Sería posible que pudieran viajar sin sus documentos oficiales? Los pensamientos de Elías fueron interrumpidos cuando sonó el timbre de su teléfono móvil. Ambos se miraron con preocupación al notar que el celular de Elías había cambiado. El antropólogo tardó un poco en recuperar el aliento, así que contestó al tercer ringazo.
- ¿Hola?
- Elías, ¿dónde has estado? He tratado de localizarte, pero las llamadas no entraban a tu celular. ¿Cómo está Julie? ¿Se ha vuelto loca o qué?
- John... tardé un poco en reconocer tu voz... Julia... bueno, las cosas no están precisamente como quisiera...
- ¡No te entiendo, hay mucho ruido! ¿En dónde estás?
- En el aeropuerto Kennedy. Escúchame bien, es posible que no me reúna con ustedes en al menos tres semanas. Me voy a Austria con Julia, tenemos un asunto muy urgente con mi tío... él... él nos recomendó a un doctor...
- ¿Tu tío, el famosísimo Vladyslav “Vampiro” Hoffer? ¿Tan mal está Julia?
- ¡Elías, está sucediendo otra vez! – gritó Julie de pronto. Allí sentados en las bancas fueron testigos de cómo todo su entorno se desdibujaba, dilataba o contraía. El techo de la terminal se elevó, se abrieron nuevos locales de comercio, otros se cerraron. La gente alrededor desaparecía, era sustituída por otras personas o cambiaban de apariencia y de ropa mientras caminaban. Una familia, delante de ellos perdieron a sus dos hijos menores y sólo el mayor permaneció. Al principio, un niño de doce años llevaba de la mano a su hermanita de siete y su padre llevaba a otro pequeño de tres. Cuando ocurrió el cambio, los niños desaparecieron, el padre y su hijo llevaban las maletas en las manos y la madre, antes de larga cabellera ahora lucía con el cabello corto y tenía un vientre de cuatro meses de embarazo. Elías y Julie se tomaron con fuerza de la mano y se miraron. - ¿Qué tal si la realidad vuelve a ser cambiada más adelante y desaparezco como esos niños? – como si eso pudiese suceder, Elías rodeó a Julia con un brazo y ella apoyó la cabeza sobre su hombro.
- ¡Cuatro ojos! ¿Me escuchas? ¿Tan mal está Julia? – seguía la voz de John por el celular, Elías se había quedado helado y con el móvil aún pegado a su oreja derecha.
- Si, J.C. Todo está mal. Envíame un correo cuando salgan de Hong Kong, ¿de acuerdo? Puede que vaya a demorarme un poco más de lo que te dije...
- ¿Hong Kong? ¿Tienes a otro equipo en Hong Kong? ¡Recuerda que estamos en Francia, amigo! ¡Por cierto, que ayer desenterramos un grupo de seis esqueletos de dragón! ¡Esperaba que te enteraras por televisión, pero me moría por darte la noticia yo mismo! ¡La teoría de tu tío y tu abuelo es cierta, ellos vivían en clanes!
- Escucha, John... tengo que irme ahora. – y le colgó. Eso era más de lo que podía soportar en un día. Se pusieron en marcha al escuchar el anuncio de su vuelo y ambos caminaron tomados de la mano, tan temerosos estaban. Julia esperaba que al final les negaran viajar, pero luego se dieron cuenta que no necesitaban pasaporte. Ahora el único requisito para salir del país era la identificación de huellas digitales. Ése fue el principio de un viaje que no olvidarían por el resto de sus vidas. Incluso dentro del avión pudieron darse cuenta de que todo había cambiado, parecía de alguna forma más nuevo y moderno. Sentada en su asiento, Julie se entretenía leyendo un libro. - ¿No te cansas de leer El Silmarillion una y otra vez?
- ¡Cielos, no! Hoy estoy más contenta que nunca de ver que Tolkien sigue siendo Tolkien. ¡Y con todo lo que está pasando imagínate si hubiera desaparecido simplemente!
- En eso tienes razón... – reconoció el hombre, acomodándose los lentes. – Por cierto, hace rato me dí cuenta que los trofeos que ganaste ahora ya no están en tu sala... ¿cómo vas con el Aikido?
- Ah, lo dejé hace tres meses... – contestó la chica, arrugando el ceño.
- ¡Pero cómo, si eres cinta negra! ¡Eres genial! ¿Es que Soichiro no te dijo nada...? ¿No se molestó?
- En parte fue el Sensei quien notó que ya no estaba tan a gusto... me dijo que debía encontrar mi propio camino y que se sentía orgulloso de que yo hubiera sido parte de la historia de su dojo... – contestó ella con cierta nostalgia, esperaba que ninguna de las personas que había conocido allí hubieran desaparecido, pero apartó de inmediato éste pensamiento. – Además, quería probar otras cosas... he estado aprendiendo alemán y koreano, ¿sabes? Aparte he descubierto que me encanta la cocinar a la italiana, ojalá no tuviéramos tantas prisas, ¡así hubieras probado mis espaghettis!
- Wow... parece que me he perdido de mucho. – sonrió Elías, mirándola con mucho afecto. Le pareció de pronto que ella volvía a ser la misma, como en los viejos tiempos, antes de que su familia muriera, cuando ellos se pasaban horas y horas charlando de libros, cine y música. Descubrió que el cariño que sentía por ella seguía intacto. - ¿Sabes qué? Extrañaba esto... hablar y reír contigo. Te extrañé, Julia.
- Yo también... me alegro de que estés conmigo aquí y ahora. – Elías no dijo nada, sólo se limitó a mirarla y sonreírle. La chica obedeció al impulso y le dio un beso en la mejilla. – Elías, Elías, ¿por qué no tienes novia? Eres tan guapo, que me sorprende que aún sigas solo. – él negó con la cabeza y se acomodó los lentes. Sabía que le iba a preguntar eso. – En serio, sólo te conocí un par, y fue hace mucho tiempo.
- No lo sé... – contestó, encogiéndose de hombros. – No me interesa mucho eso. Creo que mi trabajo me encanta demasiado y no he encontrado a una mujer que se acople a mí. Es cierto, estoy solo pero no mal acompañado.
- ¿Pues, qué es lo que buscas en una mujer?
- No lo sé... – Elías hizo una pausa y luego continuó. – Tal vez que sea sencilla, alegre... no sé, que le apasionen las mismas cosas que a mí, que sea inteligente y muy dulce...
- Y hermosa y alta y rubia. – interrumpió Julie. - Qué exigente.
- Hum. De hecho conocí a alguien así hace mucho tiempo, pero la diferencia es que ella no era alta.
- ¿En qué sueño o película?
- ¡Qué ruda eres! Por eso no me extraña que los hombres salgan corriendo después de conocerte. – dijo Elías, cruzándose de brazos.
- Soy franca, sé lo que quiero, digo lo que pienso y no a muchos les gusta eso.
- Me apunto a la lista. Eres tan salvaje, que incluso pienso que fuiste algún samurai en otra vida, pero a ver, ahora dime tú ¿qué es lo que quieres de un hombre, dama mía? – ironizó el antropólogo, mientras torcía una sonrisa.
- Por raro que parezca, me gusta que los hombres sean caballeros. De todos los pretendientes que he tenido, ni uno solo, y digo, ¡ni uno me abrió la puerta del carro o me besaron la mano! – declaró Julie, levantando el dedo índice para reafirmar lo dicho. - ¡Sencillamente los caballeros se extinguieron antes del nuevo milenio! Ya nadie cede su asiento a una señora en el autobús, ¿qué les pasa? No me des esa mirada... yo quiero un hombre que me respete y respete mis decisiones, que cumpla su palabra, que sea fuerte emocionalmente y sobretodo que no se sienta intimidado por mí o mis logros... ésa es la clase de hombre que me gustaría tener a mi lado.
- ¡Pft! – resopló Elías. – Tú quieres a Superman de novio y estás bien loquita, sólo encontrarías un caballero así como dices, ¡pero en la Edad Media!
El vuelo continuó sin contratiempos hasta que al fin tocaron tierra. Elías y Julie insertaron sus huellas digitales al llegar al Aeropuerto Internacional de Viena y se perdieron entre el mar de gente.
- ¡Qué cambiado está esto! – musitó él, dirigiéndose a Julie. – ¿Qué tal es tu alemán?
- No es muy bueno, pero me defiendo bastante bien. ¿Y ahora a dónde vamos? – preguntó ella, poniéndose encima un suéter ligero.
- Hay que avisarle a mi tío. Como no tengo su número registrado en éste celular vamos a tener un ligero problema. Pregunta en dónde están los teléfonos públicos. – Julie asintió con expresión de “Buena idea” y ambos levantaron sus maletas para ponerse en camino. No habían andado mucho camino cuando escucharon pasos detrás de ellos y una voz que los llamaba:
- ¡Disculpe! ¿Dr. Darvopulous?
Elías se dio la vuelta extrañado y se encontró con una mujer alta y rubia que venía arreglada de forma sencilla y limpia. No tenía ni una pizca de maquillaje, pero no lo necesitaba pues era increíblemente hermosa. La forma en que sonreía le resultaba inquietantemente familiar. ¿Acaso la había visto antes?
- Ése mismo soy yo. ¿Qué se le ofrece?
- Hola. He venido por ustedes, te estuve mirando desde hace un rato y dudé si en verdad eras tú...
- ¡Madre mía! ¡Pero si tú eres Anna, la nieta de Vlad! ¡No te reconocí! ¡Hola! – exclamó Elías, sonriendo abiertamente por primera vez. Se pasó la maleta y el abrigo al brazo izquierdo y estrechó su mano con fuerza. No se había dado cuenta que Julie se había quedado parada mirando a un lado de ellos. – Perdón, Julia, te presento a Anna Hoffer... ella es la nieta del Vamp- - del Tío Vlad.
- Hola, mucho gusto. – dijeron las dos al mismo tiempo al darse la mano. A Julie le pareció que tal vez Anna fuera tres años mayor que ella misma. Más rápida que un rayo notó que Elías la miraba con sorpresa y deleite. Era bonita... no, bonita era poco. Sus ojos eran grandes y se le hacían unos hoyuelos sumamente sexys en las mejillas cada vez que sonreía de forma abierta. Alta y esbelta, tal vez un poco más que Elías. Podría pasar como “Miss Austria”. Cuando les habló lo hizo en inglés, pero su acento alemán resultaba muy interesante. Elías seguía mirándola. Era obvio que le gustaba y la idea de un posible romance entre ellos hizo sonreír más a Julie. – Mi abuelo me ha hablado tanto de ti... – le dijo Anna, emocionada. – He querido conocerte desde hace tiempo Julia Vazquez.
- ¿E-en serio? Pues sólo tuve el placer de verlo un par de veces cuando era niña y el recuerdo es muy vago.
- Oh, lo recordarás. – sonrió Anna, confiada. – Vámonos, el auto está afuera.
- Estee... ¿cuánto tiempo vamos a quedarnos? – inquirió Elías, siempre práctico.
- El tiempo que deseen... el abuelo tiene que hablar mucho con ustedes. No coman ansias, pronto lo sabrán...
Después de un rato, Anna los llevaba dentro de su van familiar. Julie se acomodó en el asiento trasero y Elías de copiloto. Los recién llegados, y en especial Julie se dedicaron a observar la ciudad desde las ventanas. El silencio, sólo interrumpido por el ronroneo del motor se hizo muy largo, pero no era incómodo.
- Y bueno, Anna... yo tenía como 15 o 16 años la última vez que te ví, ¿a qué te dedicas? – se animó a decir Elías al fin, en la luz roja de un semáforo.
- Soy paleontóloga. – y Julie sonrió al fondo.
- ¡No es cierto!
- En serio. También soy fotógrafa, ¿no te lo dijo mi abuelo? – respondió Anna, mirándolo. Julie comenzaba a disfrutarlo.
- No me había comentado nada al respecto. ¿Y qué clase de fotografías tomas?
- Mmh, de todo un poco. Hace aproximadamente cuatro años la National Geographic publicó un artículo y unas fotos mías de una expedición en Argentina...
- ¡Ah! ¿No será la de los dinosaurios encontrados en la Patagonia? – exclamó Elías con ojos muy abiertos.
- Sí... ¿lo leíste?
- ¡Yo tengo ése número, es uno de mis favoritos!
- Wow... vielen danke. – sonrió Anna. – No sé qué decir, me siento halagada.
- Así que tú eres Anna Yankovitz, ¿siempre escribes con seudónimo?
- No es seudónimo... es el apellido de mi esposo. – y a Julie se le borró la sonrisa. Todo iba tan bien.
- ¿Eres casada? – preguntó Elías con una fugaz pizca de desánimo en la voz.
- Lo estuve. – dijo Anna, y una dolorosa arruga surcó su frente. – Ivan murió en un accidente hace dos años y como he estado sola, decidí cuidar y hacerle compañía a mi abuelo Vladyslav.
- Perdón. No debí preguntarte eso.
- Está bien, Elías. Parece que lo superé hace tiempo. – dijo ella, y después de un momento callada agregó: - Descansen bien, llegaremos a casa en un par de horas. El abuelo está ansioso por verlos.
- Y nosotros por verlo a él. – dijo Julie. - ¿A dónde vamos?
- La casa de Vlad está en Eisenstadt. – contestó Elías. – Es una lástima que no pudiéramos dar una vuelta en Viena, o ir de paseo a Salzburgo, estoy seguro de que te encantaría.
- No hay problema, me daré por bien servida si pudiera caminar por alguno de éstos bosques después de que nos aclaren todas nuestras dudas. ¡Oh Dios! ¡Miren esas vacas, qué bonitas son!
- ¡Oh, tendrás lo que deseas, Julie y verás cosas mucho más interesantes! – aseveró Anna, riendo un poco.
- Discúlpala, no sale mucho de Nueva York. – rió Elías volteando sobre su hombro hacia el asiento trasero. Notó que Julie había hecho caso omiso. El vidrio de su ventanilla se empañaba de contínuo por su aliento. No se cansaba de mirarlo todo, el paisaje le resultaba lo más hermoso que hubiera visto y las montañas nevadas eran de un encanto increíble. Julie se sintió dentro de un pintoresco cuadro salido de Heidi. Pasaron un par de horas en donde la mayor parte del tiempo conversaron Elías y Anna. Al parecer tenían tantas cosas que contarse de lo que habían hecho para estar al corriente. Julie mejor se acostó en la parte de atrás a sus anchas y cerró los ojos, durmió por breves espacios de tiempo hasta que... - Ya llegamos. - dijo Elías cuando divisó la ciudad después de una curva. Era una ciudad pintoresca y pequeña. Elías notó la escultura de un dragón a la entrada junto con una placa que decía en Alemán y en inglés: “Bienvenidos a Eisenstadt. Siéntase como en casa. Población 12,986 habitantes.“ - De repente tengo una extraña sensación... como si entrara en Transilvania. Esto ha cambiado demasiado.
Anna replicó con una risa suave y confiada. Tomó una desviación para salir del pueblo. - ¡Apuesto 10,000 euros a que te quedas boquiabierto cuando mi abuelo te cuente qué es lo que está pasando!
- Eres realmente perversa. - dijo Elías fingiendo indignación. - Si tú también lo sabes al menos dínos algo para que nos vayamos mentalizando.
- ¡No seas aguafiestas, Elías! - replicó Julie de inmediato. - ¡Es mejor mantener el suspenso!
- Mira Sherezada... allá vive el tío Vlad. - dijo el arqueólogo, señalando un camino zigzagueante que se elevaba por la ladera de un enorme cerro verde, en cuya cima descansaba una mansión antigua, pero bien conservada. “¡Qué hermosura!” pensó Julia. La luz horizontal del sol que se ocultaba le daba de lleno, haciendo que las paredes lucieran un tenue color rosado. - No veo ningún auto, ni huellas de llantas por ningún lado. ¿Es que ya no hospedan a nadie?
- No. El abuelo cerró el hotel hace un par de años. Todo lo ha preparado para tu venida, según lo que dice la cláusula escondida. De todas formas los clientes escaseaban.
- ¿”La cláusula escondida”? ¿Qué es eso? - Elías miró a Anna, que seguía con la vista fija en el sinuoso camino. No esperaba que le respondiera, estaba seguro de que ella diría algo así como “Espera a que Vlad te lo diga”, pero después de un momento, la mujer rubia apagó el motor y poniendo el brazo sobre el volante se dirigió a él.
- Tu abuelo William... en su testamento hay una cláusula en donde deja claramente estipulado que “La Villa de Hoffer” sería tuya cuando cumplieras 29 o 30 años. - Julia tenía los ojos como platos en el asiento trasero y la boca de Elías se abrió un poco, pero ningún sonido salió de ella. Anna sonrió, zarandeándolo por el hombro para hacerlo reaccionar. - ¡Así que ésta mansión te pertenece ahora!
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